UNA PREMIER DE INFARTO
Por Fabio Modenesi
Zamora
Hoy, me veo obligado a narrar uno de los partidos de fútbol más
excitantes que mis ojos han visto. Y no hablo de un Barça – Madrid. Se trata de
un Manchester City - Queen Park Rangers, acaecido en la última jornada de la Premier
League 2011/2012.
A priori, el partido se presentaba tranquilo y fácil para
los de Mancini. El City, que llevaba tres décadas sin ganar una Premier, solo
tenía que vencer al humilde QPR en su estadio para alzar el ansiado título de
liga.
El encuentro empezó como estaba previsto. La calidad de los “skyblues” lanzaba constantes acometidas a la defensa del Rangers, fuerte y bien ordenada, pero que erraba demasiado según pasaban los minutos. Así, en el 44 llegó el gol del City. Desde el borde del área, Touré Yayá metió un pase filtrado a Zabaleta para que este rematara a bocajarro. El disparo se estrelló contra el meta rival y acabó dentro de la portería. No era un gol muy vistoso, pero en ese momento valía toda una Premier League.
Ganando 1 – 0, los futbolistas de Mancini se iban a los
vestuarios con la sensación del trabajo ya hecho. La segunda mitad se
presentaba sencilla y sin riesgos. Pero la emoción estaba aún por llegar.
Tras la reanudación, Lescott cometió un gravísimo error al intentar despejar un balón con la testa. El viejo Cissé, atento como un felino, cazó el esférico en el área rival y sacó un latigazo imparable para Joe Hart. Era el 1 – 1. El público se quedó boquiabierto.
A partir de ese momento, la suerte dejó de conciliar con el
equipo local. Bien es cierto que la expulsión del capitán del QPR dejó a los
visitantes con diez, pero todos ellos se encerraron en su propia área para
defender el empate. El City tendría que abrir la lata de nuevo.
Ya en el minuto 60 sucedió lo inconcebible. Con los de
Mancini arriba, un lateral del Queens hizo el sprint de su vida para llegar al
área local y sacar un gran centro. El balón le llegó a Mackie, que remató a
placer y enmudeció con su gol a todo el Etihad Stadium. Dos llegadas, dos
goles. Se mascaba la tragedia entre el público.
Tras el 1 – 2, el City se fue quedando exhausto y sin ideas.
La poblada defensa rival era más rocosa que nunca, y cada centro de Nasri o
Clichy era despejado sin dificultad. El público del City, con lágrimas y
desesperación, seguía cantando. La liga se le estaba escapando a favor de su
eterno rival, el United, como un manjar que había estado en sus manos y que ahora
se antojaba lejano e imposible.
En los últimos diez minutos, Mancini fue sacando a toda su
artillería ofensiva. Cumplido el minuto 90, el United celebraba ya el título al
otro extremo de la ciudad. Pero en el descuento llegó la locura en el Etihad.
Era el enésimo córner del City. Silva sacó un centro magnífico y Dzeko se elevó sobre las nubes para rematar de cabeza y clavar el esférico en el fondo de la red. Minuto 92 y empate. Los guerreros azules del Etihad recogieron el balón y lo llevaron rápidamente al círculo central. En su mente, sólo sonaba una frase. Hay que ganar. Hay que ganar.
Tan sólo dos minutos después, Balotelli consiguió controlar
un balón en el área. El delantero italiano aguantó como pudo, atrayendo a la
defensa rival, y metió un pase forzado para el Kun Agüero. El astro argentino hizo
un amago, avanzó y colocó el balón en la escuadra. Increíble. En sólo dos
minutos, el Manchester City había conmocionado a toda Inglaterra. Los
aficionados del Etihad Stadium estallaron de júbilo y lloraron de alegría.
Porque, después de tantas emociones, volvían a ser los campeones. Porque el
cielo de Manchester volvía a ser de color azul.